Rioja, 04 de mayo del 2012.
¿SABEMOS ELEGIR A NUESTRAS AUTORIDADES?
Por: Ludwig Cárdenas Silva
El elector peruano, la mayor parte de las veces, decide su voto guiado por sentimientos y emociones, sin usar la razón. Se deja influenciar por el corazón, el hígado y el estómago en cada elección. Los planes de gobierno, la preparación y los valores de los candidatos son irrelevantes.
En un país, como el nuestro, donde el nivel educativo es notablemente bajo, y en el cual no existe cultura política, es muy frecuente observar como al poco tiempo de haber elegido una autoridad, surge el descontento y la desmoralización.
Es muy frecuente escuchar el dicho: “Cada pueblo tiene las autoridades que se merecen”. Una cruel y lamentable verdad, cuando los representantes elegidos demuestran que no están a la altura de nuestras expectativas. Pero, ¿qué tanto de culpa o responsabilidad tienen las autoridades de esta situación?, si al final de cuentas son los electores quienes les depositan su confianza para desempeñarse como tales. ¿Qué se puede reclamar, cuando la mayor parte de las veces el elector común decide su voto guiado por sentimientos y emociones, sin usar la razón?
El elector peruano, en su mayoría, lejos de guiarse por aspectos importantes y significativos como: los planes de gobierno, la capacidad y honradez de los candidatos, se deja influenciar por el corazón, el hígado y hasta por el estómago en cada elección ¿Qué se puede esperar cuando la mayoría de electores decide su voto por algunas dádivas que recibe: medio kilo de arroz o de menestras, un polo o una gorra, y hasta por un juguete para sus hijos? Así pues, antes de estar lamentándonos por las malas gestiones que hacen nuestras autoridades, empecemos, primero, por hacernos una autocrítica como ciudadanos. El elector debe ir aprendiendo de lo que ocurre en cada elección. No dejarse impresionar por campañas millonarias, es decir, por quienes les regalan más cosas o les ofrecen la mayor cantidad de obras; sino por quienes reúnen cualidades y conocimientos como para poder dirigir el desarrollo participativo, ordenado y sostenible de una comunidad o país.
Actualmente, ya no resulta extraño ver cómo nuestros candidatos viran su postura según las circunstancias. Son los politiqueros camaleónicos, que con todo desparpajo cambian de color según la ocasión. Una lamentable realidad que se da en todos los niveles dirigenciales de los partidos políticos. Para nadie es un secreto como hace poco más de dos décadas un chinito nos decía que no ejecutaría el “shock económico”; que su gobierno estaría orientado hacia los más pobres y que acabaría con el terrorismo. Para nadie es un secreto cuando un candidato que se daba de heredero y fiel representante de la sangre inca se puso una vincha roja autodenominándose defensor de la democracia y ofrecía gobernar también para los más pobres. Para nadie es un secreto que el más soberbio y obeso de nuestros presidentes prometía que revisaría los contratos de concesión petrolera y minera, para que estos se ajusten a los verdaderos intereses nacionales; que su gobierno estaría orientado a suprimir la pobreza y el analfabetismo. Prometía, asimismo, con total desfachatez, “cero corrupción”.
En todos los casos mencionados, lo que hicieron nuestras autoridades fue defender el derecho e interés de las transnacionales y de un pequeño grupo de capitalistas nacionales. La venta de grandes extensiones de tierra a precios irrisorios se producía sin discreción alguna; las privatizaciones seguían dándose sin considerar el valor real ni el carácter estratégico de lo que se vendía. Las concesiones petroleras y mineras continuaban sin tener en cuenta las zonificaciones, inclusive pasando por alto los derechos de nuestras comunidades indígenas y campesinas. Una situación que los peruanos, mayoritariamente, aspiramos que ya no continúe.
Después de tanta alharaca que permanentemente recibimos sobre nuestro crecimiento económico, que no necesariamente significa desarrollo, amerita señalar que según el Foro Económico Mundial 2012, en el ranking de países más competitivos, el Perú, se ubica en el puesto 67, por debajo de muchos países latinoamericanos. Ejemplos: Chile está en el 31; Puerto Rico en el 35; Barbados en el 42; Panamá en el 49; Brasil en el 53; México en el 58; Costa Rica en el 61 y Uruguay en el 63.
De igual manera, según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), el Perú, en el 2011, ocupó el puesto 80 en cuanto a Índice de Desarrollo Humano (IDH). Entre los países de Latinoamérica se encuentra después de Chile (44), Argentina (45), Barbados (47), Uruguay (48), Cuba (51), Bahamas (53), México (57), Panamá (58), Antigua y Barbuda (60), Trinidad y Tobago (62), Granada (67), Costa Rica (69), Venezuela (73) y Jamaica (79).
Considerando los aspectos señalados, en nuestro país, la democracia merece reforzarse urgentemente. El desarrollo, más que el crecimiento económico, depende de cada ciudadano peruano. Así pues, señores electores, mientras nosotros, los que acudimos a las urnas periódicamente, no aprendamos a diferenciar los candidatos tradicionales (demagogos, sinvergüenzas y oportunistas) de aquellos que sí reúnen verdaderas cualidades para representarnos y gobernarnos, no estemos con lamentaciones y arrepentimientos; porque, muy probablemente, terminemos cambiando moco por baba, como ya es tradicional en nuestro grandioso, pero incomprendido país.
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